sábado, 22 de febrero de 2020

Ley de hielo


TW: Mención alternativa a la autolesión.



Anoche soñé golpes constantes,
inquisidores sin rostro en mi puerta.
Quizá estaba abriendo los ojos,
quizá me estaba despertando
de un sueño turbio que duraba
años. No lo sé, qué más da.

No me encuentro bien, les digo.
Se decreta la ley de hielo.
El círculo blanco resbala bajo mi lengua.
Sabor amargo, no se parece a la luna.
Uno, dos, tres. Siempre intento que no sean más de tres.
Ya -ahora- no deseo morir por lo que duele.
Pintura naranja marcando la rabia en mis brazos.
No la elijo escarlata, la quiero para que supure el escozor,
recordándome amaneceres con la fuerza ancestral de las tigresas.
Necesito que deje de dolerme, tanto como necesito la vida.
Porque ahora sé que hay vida tras los cristales empañados,
tras la crisis, tras la huida, tras la brecha.

Y os juro que la quiero -y quiero quererme-
con la fuerza de todas mis
calmas y todas las tormentas que han sido herida.

No me encuentro bien, les digo.
Se decreta la ley de hielo.
Mármol contra el que soñar en lugar de abrazos a tiempo.
¿En qué momento se me apagó el aroma a hogar del pecho?
Este cuarto es una caja de cartón en la que apenas entra el aire.
Escondite para poemas rotos y trastos viejos.
Soy alguien que ya no pertenece a este lugar,
miro hacia arriba y muerdo el techo para que me quepan las sonrisas.

Anoche soñé golpes constantes,
inquisidores sin rostro en mi puerta.
Rompí los cerrojos y prendí fuego a la almohada.
Sí, me he despertado
de un sueño turbio que duraba
años. Voy a derretirlo todo.



lunes, 17 de febrero de 2020

Circense


No sé elegir el peor día de mi vida. Tampoco el mejor.
Mi tiempo son vaivenes de lagunas que me atraviesan
calando los rincones donde tiendo a secar la ropa y las penas.

Pero entiendo que una sobrevive confesando y, heme aquí,
vomitando versos desaconsejados para quien no está para sustos.
A ver si me encuentro antes de que vuelva a subir la marea.

Gesticulé demasiado, sintiendo demasiado.
Mi comportamiento no era normal, me dijo. Me quería de piedra.
Hice malabares con la herencia de nuestras suertes
convertida en esferita de cristal rodando por mis antebrazos.
Y, sorpresa, silencio en sus acentos.

Metí las palmas desnudas en las macetas
de aquella consulta y saqué un corazón caliente manchado de tierra.
Con un chorreón certero sobre su ordenador, aquel órgano, apagó lo necesario.
Bienvenida, luz cálida de magia oscura.

Quise gritar fuerte y la historia de las mías escapó
siendo lengua de fuego que le despeinó el flequillo y le quemó las pestañas.
Silencio de velatorio, de nuevo, de frío fluorescente.
No importó, ya estaba lista mi hoguera sobre su mesa.

Me pidió que me bajase el pantalón y, esta vez, no dije que sí.
Llevo años con verbos asustados colgando entre labios,
muslos y muñecas.
En la petición, a la altura de mis pantalones, 
quedó, una vez más, la confianza.
"¡Ah! ¿Que también te haces letras?" 
Y ahora tampoco dije que sí temblorosa:
“Señora, yo escribo hasta en las nubes 
si me lo exigen las ganas.”

Una funambulista, saliendo de mi cabeza abierta,
hizo rodar un triciclo por un hilo de pescar y me vistió mientras le gritaba:

“¡Cuerda floja, loca fuerte!
¡Cuerda floja, loca fuerte!
¡Cuerda floja, loca fuerte!”

Recogí el hilo y el pedazo izquierdo de mi frente.
La funambulista entró en mi cráneo como la figurita de un
viejo reloj de cuco y, yo, encajé los huesos.

Show must go on, ¿No?
Mi cuerpo se dividió en dos, en cuatro, en diez, en mil.
Y no nos dividimos para que nos venciese. Ni para que nos benzo.
Un ejército caleidoscópico, todavía, la rodea.

Escúchame. Porque hoy no soy una urgencia denegada,
ni un contenedor químico, ni los minutos que se restan.
Me voy a quedar. Me voy a quedar hasta que lo haya llorado todo
y de mis ojos caigan flores blancas.
Hasta desaprender que sois la única esperanza.
Hasta marcharme para no volver,
hasta que me nazcan plumas verdes en la espalda.

domingo, 16 de febrero de 2020

Poema sin título



De la mano, de la mano,
de la mano...
Vamos por las calles, por la plaza, hasta los escalones del cadalso.

Que nadie grite, que nadie deje de gritar.
La soga es firme, como lo es el verdugo. Las gotas caen. De la mano, del cuello, del cielo.

Como una herida caliente,
la memoria erupciona
y agria el sabor de lo tangible.

Aprendamos a mordernos
el recuerdo hasta el desgaste
porque hay horas en que todo es sangre. Pintemos con ella, que es tan nuestra, bellos cuadros para los salones sellados del pensamiento.

Veremos amanecer con los iris brillantes de quien es pedacitos de batalla y brisa de ventana abierta. Todos aquellos impronunciables se habrán ido y estaremos a salvo.

De la mano, de la mano,
de la mano...
Ven a recostarte en aquél árbol antiguo coronado de luciérnagas que cuidará el sueño de las dos.

sábado, 8 de febrero de 2020

Sense títol


Parla’m de monstres,
que duc al pit gravada una illa de llibertat i presidi,
que duc un poema tatuat al braç, marcant-me el curs de les venes.

Parla’m de somnis bojos, d’angoixes fermes, de monstres,
que una constel·lació penjava del cel per protegir-me
fins que va caure una nit qualsevol,
esclatant contra l’asfalt de les voreres.

Parla’m de qui vas ser, de qui eres, parla’m de monstres.
Inventa temps verbals per fer-ho i fes-ho.

Troba’m ací, com per casualitat, prop del teu carrer
i sigues conscient que t’alegres.
Perquè vols que parlem, a cau d’orella,
de tu i de mi,
de bruixes renascudes de les cendres,
de la mar i els malsons,
de cançons que no hem escoltat encara,
d’eixe llibre blau a una prestatgeria compartida,
de l’eternitat al foc de les mirades.

Amor meu, parla’m de tot això,
i, quan el pit et creme,
parla’m dels monstres que ens silenciaren.

viernes, 15 de junio de 2018

Despedida


Las últimas cajas ya no pesan en los brazos, pesan en otros planos mucho menos físicos, se encaraman al recuerdo y viajan por cada retazo. Me llevan a revivir las últimas horas de mi abuela, las noches en aquél comedor de su casa, jugando al parchís, sin saber que aquello también tenía su fin, que también se acababa. Sostengo entre las manos su reloj de cuco, su Geperudeta y, en alguna de las bolsas, he metido su set de maquillaje… Esa sombra de ojos verde que cubría la mirada que más profundo guardo y guardaré hasta que se me escape la memoria.

El eco me devuelve los suspiros, las palabras, las risas, los llantos, los gritos, los silencios, las cicatrices y las historias que esta habitación me ha vivido a lo largo y ancho de estos 23 años.
El fuego purifica el ambiente. No borra lo malo, pero lo derrite. Y yo lo diluyo y lo digiero y zanjo tantas cosas… ¡Tantas! Y sonrío. Sonrío sin arrepentirme de ninguna.

El humo y el dulce aroma a incienso barato de San Antonio se cuelan en cada rincón. Ya no hay secretos oscuros. Todo lo oscuro está a la vista y es luz. Sin dobles fondos. Sin papeles eternamente doblados. Sin libretas sobre más libretas guardadas en aquel cajón que era mejor no abrir. Hoy, “las cartas sobre la mesa” se queda sólo en la expresión, en el significado puro del refrán que sí está presente, porque aquí ya no quedan cartas ni mesa, pero todo es más claro que ayer y que nunca.

Tantos años queriendo despedirme de estas cuatro paredes que han sido mi refugio y mi cárcel y no llegué a pensar que dolería cerrar la puerta a lo que fue, para abrirla a lo que sea que será. Tal vez, se convierta en una habitación semi-vacía con algunos  trastos que sobren aquí y allá. Quizá, en un gimnasio. O no. Eso ya no me importa… Mejor dicho, no es a mí a quien eso debe importarle.

Necesitaba perdonar a este espacio. Necesitaba, también, pedirle perdón.

Y, joder, qué alivio. Ahora, además, puedo darle las gracias.



lunes, 2 de octubre de 2017

A la que luchó.

La conspiranóica, la loca, la desesperada.

La histérica, la de la cruz en la frente, la desconfiada.

La bruja, la puta roja, la desclasada.

La que suspiraba en medio de dos bandos porque no se identificaba con ninguno, condenando lo que más escocía. La que jamás se tapó la cara.

La esclava de viejos espíritus y la neoesclava. La precaria, la enferma delirante, la que soñaba.

La de detrás de las rejas. La que susurraba que todo era posible, sin tener nada.

La que corrió para desatarte y jamás te lo dijo. La que pensaba que el Estado era un monstruo con mil ojos y dos mil manos que late oculto en cada armario, en cada casa.

La apaleada, la sin casta, la sin rebaño, la desviada, la de sus propios pasos.

La que deambulaba deseando cambiar el mundo, con todos los destinos que pudiese traer el horizonte. La de la herida tatuada en la piel y en el alma.

La que espera sin memoria a su familia, tras las paredes de un almacén de cuerpos olvidados. La presa que sufrió mil instituciones invadiéndole las venas.

La que nunca se creyó vuestro puto cuento desgastado. La que se metió en la boca del lobo y sangró, por los poros, cada uno de tus derechos.

La que no huyó. La que, al final de la película, aparece muerta por haber gritado cosas que no se explicitaban en el guión.

La que dormisteis con una nana y un balazo. La que resucitó en el cuerpo de sus nietas, con un puñal morado entre los dientes, porque siempre tuvo razones en el corazón.

La conspiranóica, la loca, la desesperada... La que luchó.




martes, 19 de septiembre de 2017

Encantada, hoy mi nombre es caos.



A veces, está bien asumir que una también es caos…

Que no me aclaro.

Que no acierto a encontrarme con la suerte por ciertos callejones y que, cuando lo hago, no lo valoro.

Que no me entero.

Que llevo el pelo tan "de cualquier manera" que ya no puedo decir de él, ni siquiera, que esté despeinado.

Que el polvo de las aceras y el andar descalza por casa me deja los pies negros y eso me hace sentir menos parte del rebaño, más libre. Aunque no tenga ningún sentido.

Que se me nubla la vista cuando se trata de reconocer letras, a ratos porque mi comprensión se ha limitado, otros, porque las escribo tras semanas de coma literario y mi pecho tiembla emocionado.

Que me pregunto demasiado e ignoro -pero siento y mucho- las respuestas que pinchan, que hacen sangrar y se clavan hondo.

Que me arrepiento de la tinta y la celebro, a partes casi igual de inestables.

Que me importa una mierda la forma, la gramática, el estilo, la caligrafía e inundarlo todo del odioso "que".

Que me pierdo y me despisto.

Que no todo en mí es claridad y tampoco lo deseo.

Que no sé dónde quedaron aquellas personas inscritas en la lista del "para siempre" y, en algunos casos, ya ni siquiera me duele.

Que me rompo y sonrío y me levanto cuando recuerdo que, dulcemente, alguien confía en mi fuerza y piensa que lo hago "de mentira", para estar entera a la mañana siguiente.

Que me dibujo sin rostro, con cuestiones como rasgos porque ya no sé cómo soy por dentro.

Que ya no confío en mí más de lo que confío en ti y, eso, sumando los años y restando las ausencias, es cero.

Que soy aparentemente optimista y profundamente negativa y, al balance de esas dos características, lo llamo realismo. Porque me da la gana. Sabiendo que lo único de realista que hay en eso es mi intención de no preocupar a las demás, de disfrazar mis heridas.

Que llevo el insomnio escondido en un bolsillo y, los sueños, encerrados en dos envoltorios de plástico, camuflados en el otro.

Que me desgarra pensar qué van a hacer de mí.

Que también me desgarra pensar que debo mover ficha y hacer algo conmigo misma, si no decido dejarme en manos de esto o aquello.

A veces, está bien asumir que una también es caos y no permitir que ningún "todo saldrá bien, haz deporte, medita y come sano" te llene los ojos de ese agua que bebe de jodidas esperanzas desteñidas.















Ilustración y texto: La Chica del Tenedor